viernes, 18 de marzo de 2011

"La Cabalgata"

Diez de la mañana.

El chorro de agua caliente se cerró de golpe. Pero Fran no había tocado el mando del grifo.

“Otro corte del suministro de agua”, pensó.

Raudo, salió de la ducha y alcanzó la toalla para secarse. Tenía mucho frío. Algo muy normal para la fecha que marcaba el calendario: 27 de Febrero.

Fran era asesor financiero. Tenía el perfil típico de ejecutivo frío, dedicado por completo a su trabajo, por eso vivía solo. No conocía más amor que su oficio ni más pasión que el dinero. Después de ponerse ropa cómoda, se dirigió al salón para leer los periódicos digitales desde su portátil, como cada sábado por la mañana.

¿Has pagado la factura del agua este mes?- preguntó una voz socarrona.

El susto fue tan grande que no pudo articular palabra. Se quedó petrificado mirando a aquel personaje que había usurpado su sillón favorito: un ente disfrazado de arlequín, pero más que un disfraz, la ropa que usaba parecía de auténtica fantasía, como sacada de la mitología griega.

¿Quién eres? ¿Qué buscas? Puedes coger cualquier cosa, ropa, dinero - gritó Fran con voz aterradora.

Calla, bobalicón, ¿no sabes quién soy? Yo no vengo a robarte, no quiero nada material. Vengo a cambiar tu alma. Siéntate y escúchame.

Sin vacilar, el joven ejecutivo obedeció.

Seguramente no sabrás que día es hoy - dijo el extraño ser - para eso estoy yo aquí, para hacértelo saber. Soy el dios Momo, la sátira, la ironía, la burla y la locura mezclados en un solo ser. Y el máximo exponente de una fiesta de la que tú, seguramente, no sepas ni que existe: el carnaval de Huelva.

¿El carnaval de Huelva? Bueno, algo he visto por la tele, pero eso es una fiesta del obrero, de la gente que no tiene otra cosa que hacer que perder el tiempo disfrazándose de payaso para hacer el tonto- replicó Fran mucho más relajado.

¡Pero que ignorante eres!- espetó el dios Momo. - Toma esto, léelo y luego opinas. Y date prisa porque tenemos mucho trabajo que hacer, hoy es sábado de piñatas y sale a la calle la cabalgata de carnaval.

De un certero lanzamiento le arrojó un libro que Fran atrapó al vuelo. En la portada se podía leer, en letras doradas, el título de la obra: “Historia del carnaval de Huelva”. Sin tiempo para más, el libro, como por arte de magia, comenzó a pasar sus más de trescientas páginas a una velocidad vertiginosa, mientras que Fran no podía apartar la vista de las mismas. Estaba fotografiando en su cabeza, con la ayuda de su privilegiada mente y algo de brujería, toda la historia del carnaval de Huelva, desde sus inicios.

En sus páginas pudo leer nombres como “estudiantina”, “comparsa”, “colonizadores”, “murga”, “Mingorance”, “Baltasar”, “Domingo de Cuasimodo”, “Villa de Huelva”, “Baile de piñata”,”ilusión”,”magia”,”carpa”, “Gran Teatro”, “peñas”, “estribillo”, “Ventaneros”, “Charanga de los amigos”, “cuartetos”, “Fopac”, “cabalgata”.. . .y a todo ese batiburrillo de palabras fue dándole sentido conforme se iban ordenando en su cerebro.

Al acabar, levantó la mirada y allí estaba el dios Momo, de pie, mirándolo fijamente. Fran tenía una exclamación en el rostro que mezclaba la sorpresa con la ilusión, el descubrimiento de un mundo nuevo del que no tenía ni idea que estaba ahí fuera, delante de sus ojos.

Veo que he terminado mi trabajo. Ahora guárdate esta dirección en tu agenda y quiero que lleves allí toneladas de ilusión, colorido y alegría. Pero primero, ve a tu habitación y vístete como la ocasión lo requiere.- dijo el dios Momo mientras depositaba un trozo de papel encima de la mesa del salón.

Fran, corriendo, entró en su habitación. Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió que de la lámpara principal del dormitorio colgaba un llamativo disfraz de payaso, con todos los complementos que el caricato requería. Apresurado, volvió al salón, pero el dios Momo ya no estaba. Sólo se oía, a lo lejos, el sonido del agua de la ducha saliendo a chorros. Se acercó a la mesa y leyó la dirección que estaba escrita en el papel: “Hospital Juan Ramón Jiménez, planta de Pediatría”.

Cuatro de la tarde

César estaba dormido. Su fortaleza física se estaba recuperando, todo lo rápido que puede recuperarse un niño de diez años cuando padece una enfermedad crónica que le hace estar ingresado en un hospital casi dos meses. Sus padres, carnavaleros de afición, hablaban del día tan especial que era hoy, de lo bonita que estaba Huelva cuando el colorido de la cabalgata adornaba sus calles y de lo ilusionado que vivía su hijo esta mágica tarde, desde que tenía dos añitos. Pero no podían ocultar la tristeza en sus caras al ver que este año César no podía participar en el desfile.

De repente, un murmullo se oyó en el pasillo de la planta de pediatría, donde César estaba ingresado. María, su madre, no pudo contenerse y se asomó al mismo para ver qué era ese alboroto. Y no podía creer lo que veía: alguien con un disfraz de payaso iba repartiendo entre el personal médico y de enfermería máscaras, narices rojas de plástico, les pintaba coloretes y los disfrazaba. Y así fue como el color blanco de sus uniformes iba transformándose en un arco iris fantástico que llenó por completo la zona donde se encontraban los niños: la planta se había convertido en una mini-cabalgata de carnaval donde los médicos eran pitufos, las enfermeras sirenas y princesas y las auxiliares de enfermería, hadas madrinas.

Fran, el payaso, que venía a la cabeza de la comitiva, se paró en la puerta de la habitación donde César estaba ingresado. El niño lo esperaba despierto y de pie, ya que el jolgorio de los acontecimientos lo había despertado. María no podía dejar de mirar al payaso. Este, con mucha gracia y una perfecta entonación, le cantó:

“Paisana de mi alma, ven aquí, que tu pelo yo lo quiero embellecer, con estos papelillos que por ti, han vuelto en esta fiesta a renacer. Paisana de mi alma, ven aquí, que lo alegre de tu risa me dará, el ánimo para mi revivir, en este bullicio del carnaval”.

Seguidamente, de una mochila sacó de un tirón un disfraz de superhéroe. Alargando el brazo, se lo entregó a César, que no podía dejar de sonreír.

Si te lo pones, pronto volverás a casa. Es un disfraz mágico que te dará fuerzas. Póntelo y ven con nosotros.

El niño estaba pletórico con su disfraz. Poco a poco, Fran fue visitando a todos los chiquillos del hospital para llevarles la misma ilusión y el mismo mensaje que antes había transmitido a César. Después, los reunió a todos, pequeños, familiares y personal del hospital en un salón de juguetes que había en la planta y les fue deleitando con historias, cuplés, estribillos y pasodobles de las agrupaciones que han paseado su repertorio por el carnaval onubense.

Y una tarde fría de Febrero, se convirtió en una tarde de cuento. Cuento de carnaval.

Las nueve de la noche

Fran llegó a su casa cansado, pero feliz. Nunca había estado tan lleno en su vida. Y nunca olvidaría la cara de felicidad de César cuando volvió a la cama y se durmió. El ejecutivo prometió hacer su cabalgata particular de carnaval todos los años de su vida. Antes de irse del hospital vio como el niño abrió el cajón de la mesilla que estaba al lado de su cabecera y cogió una carta, la besó y exclamó en voz bajita: “Muchas gracias”.

La carta de César

“Queridos Reyes Magos de Oriente. Este año me he portado muy bien, he sacado buenas notas y he ayudado a mis padres en casa. Por favor, os pido lo siguiente para que me pongáis el día de reyes: una Nintendo, un juego de mesa, una bicicleta, una equipación del Recre y si me lo permitís, pedirle al dios Momo poder ir a la cabalgata de carnaval de este año, que nunca me la he perdido. Muchas gracias”.


José Joaquín Pérez Márquez (Aljaraque)

Segundo Premio Senior del I Concurso Literario del Carnaval Colombino


Fuente: carnavalcolombino.com

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