miércoles, 16 de marzo de 2011

"Miércoles de Ceniza"

  Puntualmente cada miércoles de Ceniza, algunos pueblos representan en el escenario de sus calles y de sus plazas la tragicomedia de su símbolo más identificativos: el choco, la sardina, el gurumelo, la cebolla, el conejo, etc.

Al frente, la actriz principal, la viuda, que enlutada de pañuelo y toquilla, interpreta el drama de la vida pues detrás de cada velo negro se esconde un empresario, un albañil, un alcalde, un maestro, un borracho, un mariquita, una solterona,.. Y por qué no la propia viuda en la vida real.

En medio de este cortejo, la vida y su camino. Un recorrido en el que los empujones, el alcohol, el egoísmo, la falsedad y los desmayos hacen que la mayoría de veces la personas se pierdan o mejor dicho se hagan perder para vivir a ese ritmo que marca el tambor de su propia vivencia: pues el hombre se disfraza de viuda, la mujer se viste de viuda y la viuda suspira por el hombre que cada año se viste de viuda.

Y cerrando el cortejo, lo mundanal y lo litúrgico, representados por Don Carnal, que esa noche dará riendas sueltas al fuego de las pasiones que levanta los placeres de la carne; frente a Doña Cuaresma que espera que el fuego se vaya apagando hasta convertirse en ceniza, para vivir en esa gris cuarentena la más estricta castidad.

Aún no eran las ocho de la tarde de aquel Miércoles de Ceniza cuando Pepe entró en el portal del edificio donde vivía, y fue al tomar el ascensor cuando se dio cuenta que su vecina Soledad también esperaba a éste para subir. En principio, se quedó pensativo sin saber si subir o no con ella, y aunque Sole, así es como le gustaba que la llamasen, gozaba de muy buena reputación con todos los vecinos, el hecho de ser paisana suya y antes haber sido su novia y que desde hacía unos tres años había enviudado hizo que su mujer en más de una ocasión le hubiera dicho que tuviera cuidado.

-¿Subes?.- Le preguntó ella de una forma amable.

-Sí. gracias.-

Mientras que el ascensor les llevaba a la quinta planta donde vivían ambos, Pepe apenas si la miró: pero tenía la certeza de que ella había clavado su mirada en él por lo que se limitó a contemplar como los botones luminosos cambiaban de número conforme subían de piso hasta llegar a su destino.

Nada más salir del ascensor, sintió un gran alivio pues la estrechez de éste y el hecho de estar ~ con Soledad pudiera dar la oportunidad a que algún vecino que los viera juntos dejaran volar su invitación: por eso fue al despedirse cuando tuvo el valor de mirarla por primera vez. Vestida con una falda negra y con una camisa roja ceñida, que dejaba entrever su escote, parecía que el tiempo no había pasado por ella y si había pasado era para hacerla más atractiva.

-Buenas noches.- se dijeron al entrar ella en su puerta A y él en su puerta B.

Cuando entró en su casa, encontró una nota sobre la mesa del comedor. Era de Cinti, su mujer, la cual le decía que tenía la cena en el microondas y que no le esperase despierto, ya que ella junto con sus amigas Manoli, Ana y Lola se iban a ir al Entierro del Choco. Pepe se había acordado que Cinti se lo había repetido ya al mediodía y que además ella tenía la costumbre de todos los años disfrazarse de viuda. El había ido con ella los primeros años de casado para sacarse el buseillo del entierro de la sardina de su Isla Cristina natal pero hacía al menos cuatro años, él prefería quedarse en casa viendo un partido de fútbol o una película en lugar de ir con su mujer y con sus amigas al entierro del choco.

Antes de ir a la ducha, Pepe pensaba que a esa hora tanto su mujer como sus amigas ya estarían inmersas en aquella comitiva donde un choco era custodiado por capataces y detrás de ellos, cientos de plañideras llorando, gritando, bailando y bebiendo al compás de caja y tambor. Estaba seguro que a esa el desfile aún tardaría en llegar a la plaza del Litri ya que allí era cuando la comitiva tomaba forma puesto que a esa multitud de figuras negras que habían salido con el cortejo, siempre se le agregaban desde Pablo Rada un grupo de viudas progres que ponían color con sus llamativas pamelas y sus boas multicolores, y se le vino a la mente aquel año en el que una peña había construido una carroza paralela a la del choco, en la que una figura recostada sobre una cama, donde se podía leer Hospital Juan Ramón Jiménez se encontraba un muñeco simulando a un enfermo Un goteo cuyo terminal era una bota de vino medicamentaba al paciente mientras que los emblemas de la Cruz del Campo sustituían a los de la Cruz Roja. De pronto una viuda espontánea se subía arriba de la carroza y se disponía a abrazar a su marido cuando un gran miembro masculino salió de entre la bata del paciente, accionado por un sencillo artilugio mecánico. Un mar de viudas se abalanzaron sobre el muñeco y cientos de expresiones morbosas surgieron contemplando la salud del enfermo y las descomunales dimensiones de su pene.

No había empezado a secarse y envuelto en estos recuerdos cuando pareció oír que llamaban a su timbre, en principio no se percató pues no esperaba a nadie pero pasado un poco espacio de tiempo volvió a sonar de nuevo.

-Seguro que algo le ha pasado a Cinti.- pensó mientras se ponía su bata.

Allí, delante de su puerta apareció Sole. Llevaba la misma ropa puesta pero en su camisa había desabrochado un botón más, lo que dejaba entrever aún poco más sus redondos pechos en su escote.

-Perdone vecino, ¿Tendría por ahí un mechero para encender el termo? Es que he cambiado de bombona y...

-Voy a por el mío.- dije sin que aún ella terminase su frase.

Nervioso y de forma rápida le dio el mechero, pues sabía que ella había llamado a su casa a sabiendas que su mujer no estaba en ella, pues en caso contrario jamás se hubiese atrevido a hacerlo. Fue como si le leyera el pensamiento cuando ella le dijo:

-¡Estaba muy guapa tu mujer disfrazada!, ¡Parecía una viuda alegre cuando esta tarde salía de tu casa!

Cerró la puerta y pensó en su mujer. Ésta, seguro seguiría bailando al ritmo de sambas y pasacalles en medio de aquel gentío que daban buena cuenta de las litronas y de las Coca-Cola adulteradas” con Cacique y Legendario y sería toqueteadas por chavalillos o reprimidos sexuales que aprovechaban la multitud para dar salidas a sus bajos instintos cómo en aquel día cuando encontró a su mujer tirada de bruces en el suelo pues al querer apartarse de una viuda con un enorme bigote que entre sus manos llevaba un gran rábano, ella le lanzó el bolso y éste en su intento de amortiguar el golpe lo sujetó, tirándola al suelo. Rápidamente se fue acumulando un grupo a su alrededor que hicieron un corro y entre voces de borrachos, llantos simulados y risas contagiosas Pepe la intentó levantar no sin antes de escuchar aquella cantinela que antes se le cantaba a las viudas que en su representación de desmayo se tiraban al suelo.

-¡Ay su marido....con lo bueno que era!

Recordando aquel hecho, no se percató en principio que llamaban a su puerta pues los toques con los nudillos en principio eran tenues hasta que fueron haciéndose más fuertes. En principio se extrañó que no hubiesen llamado al timbre, pero tras observar por la mirilla y ver de nuevo a Soledad pensó que ésta no había llamado al timbre para no hacer mucho ruido.

-Buenas, de nuevo.- dijo acercándole el mechero para luego añadir.- ¡No soy capaz de encender el termo con él!

Pepe se quedó pensativo no sabía si era una insinuación o tal vez que su vecina no fuera capaz de llegar con la llama del encendedor hasta el piloto del gas por lo que se quedó un rato pensando para luego ir a la cocina y con una caja de cerillas en manos se acercó a la puerta preguntando:

-A ver, ¿Dónde está el dichoso termo?

Sabía lo peligroso que era para él entrar en aquella casa; no obstante, en su seguridad de que Cinti tardaría bastante en venir y que no había ningún vecino al acecho pues la luz de la escalera estaba apagada hizo que entrara en el piso de Soledad. Apenas podía pasar por el pasillo del comedor pues casi todo él, estaba lleno de cajas de color sepia selladas con Fixo. Sorteando éstas, llegó a la cocina y desde allí a una estrecha terraza cerrada con cristalera donde además de la lavadora y una tendedera se encontraba el termo. Al coger la primera cerilla, notó su aliento cuando encendió ésta que no logró el chispito. Fue al darse la vuelta para intentarlo de nuevo cuando sus cuerpos se rozaron la primera vez y fue cuando después que la segunda cerilla lograse prender el piloto y dirigirse a la cocina cuando sus cuerpos se unieron frontalmente y él sintió en su pecho sus senos.

Aquella escena le hizo volver doce años atrás; justamente el día en que conoció a Soledad, fue un miércoles de ceniza cuando, disfrazado de viuda, debido a la estrechez de la calle y la multitud de personas que se aglomeraban tras el cortejo hizo que se perdiera de sus amigos. Después intentó encontrarlos sin ningún resultado, lo que hizo que se uniera a una viuda solitaria la cual no sólo lo aceptó sino que se cogió de su brazo en señal de compañía. Minutos más tarde en unos de los vaivenes de la marcha y en ese ritmo cadencioso de ir para adelante y para atrás, el grupo que le antecedía se paró en seco y en su deseo de proteger a su acompañante puso sobre sus espaldas la flojedad de sus falsos pechos, mientras que su miembro viril llamaba insistentemente a sus partes traseras. Fue la primera vez en que sus cuerpos se unieron, más tarde en uno de los intentos para que ella no tropezara con una viuda que yacía por los suelos la atrajo hacia sí y de frente rozó toda su feminidad y de forma espontánea sus manos fueron en busca de sus pechos sintiendo el estremecimiento en el cuerpo de aquella mujer.

Una vez que alcanzó la puerta Pepe no se explica cómo pudo salir de esta situación y llegar hasta la cocina, y desde allí dirigirse hacia la salida, no sin antes haber tropezado con un par de cajas que había por los pasillos. Una vez que estuvo en el umbral se miraron en silencio y un calor inmenso recorría la mejilla de ambos.

No habían transcurrido cinco minutos de que había abandonado el piso de Soledad y su corazón aún latía aceleradamente y el sofoco no había desaparecido de su cara por lo que abrió un poco la ventana. Se puso a contemplar la calle cuando de pronto vio pasar a dos viudas que corrían calle arriba. Estas se pararon a ver un paisano para preguntarle:

-¿No sabe por dónde va el Choco?.

-Hace unos diez minutos que he visto pasar el entierro y yo creo que todavía le queda bastante para llegar a la plaza de Paco Toronjo. Le contestó el hombre que posiblemente viniese de allí.

Sentado en el sofá, una lucha interna se debatía en él; ya que a escasos metros y separada por una sola pared se encontraba una viuda que representaba la lujuria y lo prohibido en la persona de Soledad; y en la Avenida Andalucía, vestida de viuda y acompañando a un choco que después sería quemado, estaba esa alianza que significaba su compromiso con Cinta. Sin darse cuenta, empezó a hacer cábalas de cuanto tardaría su mujer y que sería como mínimo un par de horas. Sin darse cuenta atravesó su puerta y sus dedos tocaban el timbre del piso de su vecina.

-Es que me he dejado el fuego aquí y...

La atrajo hacia sí y en un impulso momentáneo buscó su boca. Después sorteando cajas la llevó a su dormitorio. Aquel cuerpo, sensual y lozano a la vez, se abría paso al placer mientras que la desvestía y como si fuera el reverso de una moneda le vino a la mente aquella fotografía en blanco y negro de cuando él se vistió por primera vez de viuda. Aquel día, desnudo delante del espejo, se puso un sostén y con calcetines y páginas del Huelva Información rellenó el vacío de sus senos. Poco después, con torpes movimientos se puso aquel traje negro de su madre en su juvenil cuerpo. Un júbilo sin límites se le transparentó en su cara cuando aquel vestido se deslizó desde sus hombros hasta sus tobillos. Cogió la caja de pinturas de su madre y empezó a acentuarse de negro sus pestañas y el lacrimal de sus ojos y a ciarse por la comisura de sus labios la barra de un rojo carmín. Mientras se pintaba un rictus sonriente apareció en su rostro. Una vez vestido y pintado y antes de salir a la calle se colocó negra pamela y su boa fucsia. En aquellos momentos sus caracteres femeninos fueron capaces de reírse a carcajadas de su permanente hombría.

Con suave delicadeza la tomó por la cintura y sus labios se rozaron para posteriormente unirse en un sensual y prolongado beso. Antes que Pepe la recostara sobre las sábanas blancas, sus manos empezó a acariciar su pelo, su boca, su cara, sus senos para ir suavemente bajando sobre su vientre y entre sus piernas. Después sobre la inmensa cama, parecía flotar en una mar de placenteras emociones se dejó al compás de las olas que acompasadamente le transmitía el cuerpo de Sole hasta que un hormigueo de estrellas blancas recorrió su cerebro y un espasmo de placer recorrió todo su cuerpo.

-Ay mi marido....con lo bueno que era! .-susurró inconsciente en la pleamar de su orgasmo.

Seguramente no muy lejos de allí y en un escenario preparado en aquel descampado, el capataz-jefe ya había dado la orden para que rociaran con gasolina aquel descomunal cefalópodo para posteriormente, ser el mismo Paco, el de los conejos, él que le prendiera fuego con una antorcha encendida. Una impresionante hoguera harían que cientos de viudas, ya desaliñadas, retrocedieran del lugar de la quema llevándose tras de sí llantos desconsolados. A la luz del fuego con sus llamas azafranadas, el negro se hacía añicos hasta convertir en una irisada feria y en la más amarillenta página de la mitología griega el lascivo Don Carnal tenía sus minutos contados para darle paso a la virginal Doña Cuaresma.

Aunque casi durmió de un tirón, a no ser porque sintió encajar la puerta cuando regresó a altas horas su mujer, le costó trabajo levantarse por la mañana ya que aunque había sonado el reloj tuvo que ser Cinti la que le despertase. También le costó trabajo el asearse y el vestirse; no obstante, una peluca que se habían dejado en el descansillo del portal y el frío de la mañana de aquel jueves, le volvió a la realidad.

Estuvo toda la mañana trabajando en el taller y aunque a veces lo sucedido en la noche anterior se le venía a la cabeza, la cantidad de tarea atrasada y la entrada por la mañana de cinco o seis coches con averías, hizo que su pensamiento se centrara en lo que era su labor diaria. Fue casi a la hora del cierre cuando tuvo el presentimiento de sentirse observado. Miró a la acera de enfrente y allí, montada en un Ford Fiesta, pareció ver a Soledad que con el gesto de su mano izquierda parecía decirle adiós.

-Tonterías.- se dijo para sí, pensando que era una obsesión.

Al llegar a casa a la hora de comer, y mientras ponía la mesa apenas cruzó unas palabras con su mujer. Fue nada más sentarse cuando Cinti , como si de un secreto se tratara le dijo a su marido:

-Sabes. ¡la vecina ha vendido el piso!

El se quedó pensativo durante un rato pues ya empezaba a explicarse lo de la noche anterior con tantas cajas en el comedor y el pasillo. Para después como si aquel comentario no le hubiera influido le preguntó a Cinta.

-¿Y quién es nuestro nuevo vecino?

-No sé, pero por las explicaciones que me han dado es un Raúl , uno que antes de conocerte estuvo saliendo conmigo y hace un par de años se ha quedado viudo.

La imagen de un gato negro recorrió en aquel momento el pensamiento de Pepe. Luego se quedó mirando durante un largo tiempo a su mujer y cuando se dispuso a recoger los platos una cosa tenía clara y era que a partir de ese momento no dejaría jamás a su mujer sola en casa y menos en un Miércoles de Ceniza, pues la acompañaría y se vestiría con ella a todos los entierros que fueran precisos: al de la sardina, al del choco, al del gurumelo, al de la cebolla o incluso al entierro del conejo de Castillejos, no fuera ser que el conejo lo dejara en casa y que aquel viudo se lo comiera mientras que él daba gatillazos en cotos vedados con pólvora ajena.

La Viuda Alegre

José García García (Isla Cristina)

Primer Premio Senior del I Concurso Literario del Carnaval Colombino

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