jueves, 21 de febrero de 2008

DOÑA CUARESMA


Sobre el carro triunfante, detrás del general victorioso, iba un esclavo que decía en voz alta al triunfador, vestido con el traje etrusco de los antiguos reyes de Roma: “Recuerda que eres un hombre” y los soldados cantaban canciones burlescas referidas a su general que lo rebajaban a una escala humana absolutamente corriente.

El mismo César tuvo que aceptar que le insultaran llamándolo amante de un rey del Asia Menor de nombre Nicomedes: “César subyugó las Galias y Nicomedes a César; ahora César, que subyugó las Galias, celebra un triunfo ¡y Nicomedes, que subyugó a César, no lo celebra! En las Saturnales romanas se jugaba al mundo al revés y se caricaturizaban leyes y cargos públicos. En cada casa se celebraba la fiesta del triunfo, la fiesta de los esclavos y se eliminaban todas las barreras que separaban al esclavo del hombre libre. El esclavo tenía licencia para “cantarle” al señor verdades incómodas. Las casas quedaban patas arriba y podía ocurrir que los señores sirvieran a sus propios esclavos. Es más, aquel que no aprovechaba la oportunidad para cogerse una melopea mayúscula resultaba desagradablemente llamativo. La utopía social sin señores ni esclavos se apoderaba de la antigua fiesta campesina. Vivir y dejar vivir era el lema de la fiesta. De la necesidad de romper con las estructuras han ido surgiendo a lo largo de los tiempos las fiestas donde la máxima impuesta era la de practicar el vale todo. Eso eran las fiestas de los carnavales, tiempos de libertad, de liberación de ataduras. Eran las fiestas donde la carne estaba permitida. Tiempos de carnestolendas, que me suena a carne y calenturas. Tiempo de juglares que recitaban las historias del buen amor y donde Doña Cuaresma nunca debiera doblegar a Don Carnal.



De nuestros últimos carnavales que no dejan de ser un reflejo de nuestro todos los días, echo en falta todo lo que es intrínseco al carnaval mismo. Echo en falta las voces altas y burlescas rebajando a cada uno a lo que es, voces que no se compran y voces que no se venden. Echo en falta a los que se mojan en lo que escriben. Echo en falta los sentidos y el sentimiento, la ética y la estética, la palabra que eriza la piel. Echo en falta el canto a lo inmediato y lo mediato, el romancero vivo. Echo en falta la fiebre, la calentura, la denuncia. Me sobran el aplauso fácil, lo políticamente correcto, lo corregido. Me sobra la condescendencia en algunos casos y la total aceptación en otros muchos de los propios esclavos que tendrían que hacer las veces de reyes. Me sobran los cantos de sirenas. Me sobran las voces enmudecidas y la demagogia. Y frente a mester de lo que se escribe, se compone y se canta, nos faltan los césares valientes y permisivos de esa letanía mordaz y nos sobran los generales que represalian a quien canta y los caudillos consistoriales que no fomentan la fiesta del paganus, del hombre del pueblo, no sé si acaso para no sufrir el vapuleo de las voces altas. Precisamente el Carnaval servía para quitar la careta a todos aquellos que esconden la cara tras ella durante todo el año. En contra de lo que pudiera pensarse en el carnaval nos vienen a sobrar ¡tantas caretas! Aunque me temo que eso importa cada vez menos a la gran mayoría de nosotros. Seguramente nos obligaría a quitarnos nuestra propia máscara, y eso es demasiada dosis de realidad para el ciudadano bien domado que vive casi todo el año en cuaresma.





María Dolores Jiménez

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