viernes, 20 de marzo de 2009

MIERCOLES DE CENIZAS

Siguiendo en la línea del artículo anterior, y siendo consciente que las comparaciones son odiosas, les dejo el final de una publicación llamada "MIERCOLES DE CENIZOS", realizada en este blog hace un año:

"... la quema del Choco se producirá a las 23.30h en el lugar indicado y que a continuación habrá una ¿fiesta?, ¿baile?, de viudas en la discoteca "Bagoa", que como no soy muy de discotecas y aquí cambian los nombres cada dos por tres, que no cada tres por cuatro, ya preguntaré por dónde queda eso, ya que lo de la carpa y la orquesta queda para el recuerdo. Que disfruten".

Con la ilusión maltrecha por la pobre participación callejera en los anteriores días de carnaval, nos dirigimos aquella tarde al emblemático Muelle de Tinto, lugar donde teníamos acordada la concentración de viudas.

"Paco el de los Conejos" estaba allí, ya que las cuatro de la tarde, había ido a retirar al sentenciado Choco de los almacenes. El Choco, tenía cara ingenua y sonriente, no sabía lo que le esperaba.
Federico con su moto también había llegado, y las primeras palabras cuando nos encontramos fueron: "¿Vendrá peña o lo enterramos en la intimidad?", visto lo visto en la carpa, no teníamos otro sentimiento.

Protección civil, bomberos y policía local, fueron llegando y haciendo sus pertinentes preguntas, e indicando donde sería el sitio para la quema, ya que los permisos necesarios para hacer lo que habíamos planteado, no los teníamos.

En principio, la idea concebida era haber subido el Choco en la parte alta del Muelle del Tinto, con una pluma, y a la hora del comienzo del acto, hacerlo desfilar, portado en parihuela por todo lo largo del muelle, hasta llegar a su fin. Allí nos esperaría una barcaza con una grúa para bajarlo hasta una plataforma flotante, donde se afianzaría el Choco y sería arrastrado hasta el medio de la ría, lugar y momento donde sería incinerado. Posteriormente, de la parte baja del Muelle, partiría un coche de caballos, con un ánfora que contuviese las cenizas del malogrado cefalópodo, y que sería paseado hasta la carpa de la Merced, acompañado del séquito de viudas, para una vez en la carpa, dar comienzo al "Baile de las viudas" con un orquesta.

De momento, toda la parafernalia de la quema quedó truncada, no había permiso por parte del Puerto, para quemarlo en la ría. La quema era en la ría, no en el Muelle como algún medio dijo, pues no se explicaban como lo podíamos quemar en el Muelle, y se preguntaban que "¿A quién se le ocurre?", y pocas luces tenían los que pensaron eso, me parece a mi.

¿Donde lo quemamos entonces?, en este terraplén no nos van a dejar. Aprovechando que la marea estaba baja, se pensó en portearlo hasta la orilla, en la ensenada que forma el Muelle, pero la inestable fangosidad del terreno, nos hizo pensar que la propuesta de los bomberos sería la más acertada, llevarlo al terraplén del Recinto Colombino, al "rastro", como a algún medio tuvo el gustó de calificar. Pues si, al final al rastro fuimos a llevar la descalificada "baratija" de nuestro Choco.

Los componentes de la Chirigota Callejera, vestidos de negros con txapelas, cargaron con la parihuela que portaba el Choco, en una breve procesión que terminó ubicándolo en el punto indicado por el cuerpo de bomberos.

El ánfora que se comentó para el traslado de las cenizas, en conversación telefónica con Jaime de La Vega, no había sido elaborada, por que nadie se había hecho eco de la petición. Pues anda, allá que se va el Cabezas a buscar un recipiente más o menos acertado para poder sustituir el arca perdida.

No eran 20.000 almas las que lloraron aquella noche la quema del Choco, pero tampoco 200, algo más de 400 personas se congregaron en aquella explanada, circuncidando a un Choco que tenía los minutos contados, y tal como se dispuso el personal, no se escapaba el "animalito".

Hubo que esperar un rato hasta que la Choquera y su corte llegaran, ya que por motivos laborales, aún no estaban todas allí. Muy pocos los vestidos de negro y los disfraces alegóricos, y si cabe destacar a los componentes de las agrupaciones de la peña "El Grupito" y la "Cunitas", que si lo hicieron, los demás imagino que viendo el partido que se emitía aquella noche.

Sucedió lo inevitable, y el Choco fue presa de las llamas, sus cenizas recogidas de manera simbólica y contenidas en una vasija de cristal que fue entregada a la Choquera Mayor, en el momento que con su corte, ocupaba los asientos del carruaje que las llevaría hasta la Plaza de la Merced.

Durante el trayecto que se llevó hasta la carpa, el carruaje por más que aminoraba la marcha, llevaba a sus seguidores con la lengua fuera, y es que el carrero, debería haber ido llevando al animal de reata. No obstante, no eramos más de una veintena los que seguíamos los pasos de este. El resto de los contemplativos personajes que acudieron a la quema, habían tomado sus coches y se habían perdido de vista. Si al menos la mitad de los presentes hubiesen acompañado a la comitiva, no hubiese resultado tan ridículo ver la estampa que se vio, donde predominaban más las escoltas policiales que el propio desfile del entierro.

La carpa, en contrapartida, presentaba mejor cara que en días pasados, y la amenización de la orquesta, hizo pasar una velada, cuando menos agradable y que tuvo el incentivo de la participación en el baile.

Una vez más el carnaval dijo adiós, y el Choco se nos fue sin dejar testamento, "Requiescat in pace": Descansa en paz.


Reflexión:

...¿Entierro o quema?, que mas da, la cuestión es acabar con el, al igual que se entierra lo muerto, lo que es presumible de descomposición, podredumbre o putrefacción. Al igual que se quema en la hoguera lo impuro, lo imperfecto y lo que nos ata a un mal endémico llamado Carnaval.

La hoguera está encendida, y lista para ser alimentada con las necedades oídas de todo un año, los despropósitos desmesurados, las envidias personales llevadas a colectivas por tanto Cid, el esfuerzo de nadar en un río seco, el amor no correspondido de una fiesta, las burreras que se pusieron los que no quisieron ver, el reloj que marcaba las prisas, las palabras mal entendidas y las mal dichas, las desconfianzas infundadas, el miedo a lo nuevo, el insultante anonimato...

.. y en la frontera donde concluyen las lágrimas, nace la nostalgia, mil y un recuerdos que algunos afanados, tratan de guardar en lo alto de un ropero, que por viejo peligra preso de la carcoma y del tiempo, unos recuerdos que amenazan con caer encima en cualquier momento.

"Carnaval" está harto de vivir en el recuerdo, siempre observado por alguna fotografía, siempre nombrado en un catálogo de "te quieros", y promesas incumplidas. "Carnaval", atiza esa hoguera con la tristeza de tantos años de parsimonia, su soledad callejera por el abandono de los que juraban su amor, y sus negras viudas se vuelven sombras que lo atemorizan al punto de su expiración.

Allí, de pié junto a la hoguera, en un infierno en llamas, veo como "Carnaval" se consume, rápido, imparable, sabedor de que su vida es imposible, y en ese momento, cuando cruje por última vez el fuego de su vida, entre el humo negro, volví a ver el humo de la fantasía, los castillos de humos que nadie quiere ver, y supe que "Carnaval", como fénix volvería a la vida, de entre sus cenizas, porque aún guarda halo de vida, un fragmento de esperanza, guarda sueños y aciertos, semillas y acuerdos.

"Carnaval" sabe que entre tantos cachivaches, en lo alto del ropero guarda una careta que ya no se pone porque no está de moda, sabe que en esa careta está la sonrisa perdida, la que le falta para llamarse de verdad "CARNAVAL", corre hacia a 2010, presurosa por colgársela y busca el encuentro con su propia realidad.

El Carnaval nace y muere, pero guarda, como dijo Hipócrates, "el arte es largo y la vida breve".

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