viernes, 2 de octubre de 2009

1820-1830-MOMO SE DIVIERTE EN LA VILLA DE HUELVA

El Carnaval de Huelva  puede rivalizar en antigüedad con el de cualquier ciudad española.


(Pintura panorámica de Huelva, s.XVIII-XIX: entre las torres de S.Pedro y La Concepción se aprecia el cabezo con el molino de viento, y en primer plano frente a la ría el Arco de La Estrella, situado en lo que hoy sería la Plaza 12 de Octubre aproximadamente.)


Llevado de la mano de historiadores de la época (sobre todo basándonos en las Memorias del gran pedagogo onubense Agustín Moreno Márquez) cómo se desarrollaban estas fiestas en las primeras décadas del siglo decimonónico.

En la villa de Huelva era costumbre, desde el mes anterior, dar bromas pesadas ellas a ellos y viceversa, tomándose confianza de tal índole, que otras fechas que no hubiesen sido las de carnestolendas hubieran podido parecer muy atrevidas.

Las chicas de servicio, por ejemplo, y otras muchachas de la misma clase, corrían tras de los caballeros para quitarles una prenda cualquiera, el pañuelo de bolsillo, el reloj, la capa o el sombrero, conseguido lo cual, se iban a la confitería o a la tienda de comestibles que estaba más cercana y empeñaban la prenda por algunas golosinas, caramelos o castañas pilongas. Naturalmente, los hombres esquivaban el compromiso, y cuando se veían cogidos por ellas, procuraban desquitarse dándoles empujones, y a veces, intentaban meter sus manos profanas en los ocultos pechos.

Pero mientras esto hacían las criadas de servicio, las señoritas mejor educadas, unas en las ventanas que antes tenían rejas salientes y con celosías y otras en los balcones, se tomaban confianzas y se daban bromas de mal género. Las de las ventanas, con un guante relleno de aserrín o de arena, amarrado en un largo palo tocaban en el hombro al caballero que pasaba, y cuando este se volvía para ver  a la joven que le había tocado, alargaba el guante y con el le daba una bofetada en el rostro; las de los balcones, en vez de guante, usaban unos saquitos llenos de tierra y amarrándolos por la boca con una cuerda larga los dejaban caer sobre la cabeza de los transeúntes derribándoles el sombrero, y por consiguiente, produciéndoles en alguna ocasión fuertes contusiones en la cabeza; mientras que otras más cultas, se aprovisionaban de un latón que llenaban de cáscaras o conchas de verdigones, coquinas y almejas , y arrollándole a una cuerda sujeta al balcón, lo dejaban caer dando vueltas produciendo un ruido de dos mil demonios, asustando así a los que por debajo pasaban.



(Coche de caballos en Huelva)

Pero cuando se desbordaban las bromas y atropellos eran en esos tres días de Carnaval, Domingo de Cuasimodo y Lunes y Martes de carnaval, y en los cuales se llegaba al frenesí de la locura, pues los hombres montados en ligeros carros, tirados por caballos, con grandes tinas de agua y provistos de jeringas, cargaban con el preciado líquido que lo dirigían a las señoras que estaban en los balcones y en las ventanas, mientras que ellas, armadas igualmente con el mismo instrumento, lo descargaban sobre ellos, produciéndose un tiroteo de chorros de agua, en esa especie de batalla campal, que a todos ponían como patos, de los pies a la cabeza, dejándoles en tal estado, como presuntos candidatos de grandes enfriamientos y a veces, de pulmonías.

Algunos onubenses tiraban la casa por la ventana y alquilaban un coche de caballos de dos plazas, cuya toldilla podía bajarse sobre la parte trasera  o delantera indistintamente, y en el cual se daban paseos desde las nueve hasta las doce de la noche. Se solía ir enmascarado, o sin máscara también, si así lo preferían, y hacían toda clase de mascaradas, a pie y a caballo, tirándole a los transeúntes libelos y pasquines jocosos. Y sobre todo se comía y se bebía con todas las ansias, como si tuviesen que esperar al siguiente Carnaval para poder comer y beber de igual manera.

Más tarde fueron superándose estas costumbres tomando las fiestas un carácter más culto, pues en una carroza suntuosamente adornada y con acompañamiento musical salía el dios Momo rodeado de sus locos servidores, con trajes muy vistosos; de los balcones, en vez de agua, se arrojaban papelillos de colores y confetis.
También recorrían las calles de la ciudad varias comparsas y estudiantinas, marineros y mujeres, unas con guitarras y flautines, otras con trombones y las últimas con panderetas cantando coplas alusivas a lo que iban representando y , a veces, picaban en asuntos políticos.
Sin embargo, no faltaban tampoco mamarrachos sueltos con su gracia repugnante por asquerosa o sucia: por ejemplo, una pareja simulaba ser matrimonio, el en calzoncillos y ella en camisa, llevaban dentro del canasto una escupidera llena de vino blanco con trozos de churros y tejeringos, fingiendo hacer la caca, la presentaban semejando ser orina y excrementos, y el marido, con un cucharón, ofrecía parte del contenido a los espectadores. Como este ofrecimiento no era más que pura fórmula, se lo repartían después ambos cónyuges y marchaban con su gracia mohosa a otra parte a continuar con el pitorreo.



(Calle Hospital, actual Mendez Nuñez)

Más tarde se empezó a celebrar el Domingo de Piñata en el Casino de la calle Hospital con bailes nocturnos, pero eso pertenece ya a los siguientes capítulos.

Fuente: Aquellos incomparables Carnavales de Huelva / Antonio José Martínez Navarro. 1988

1 comentario:

El Coronel dijo...

Lo que no descubras tu, no lo hace nadie. buen trabajo Blasmiguel

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