Aires nuevos y renovados llenan el Carnaval de nuestra provincia. Hasta el extremo de haberse perdido, en parte al menos, su sentido primigenio. Por eso, al contestar gustoso a la solicitud de la FOPAC, quisiera reflexionar en este saludo sobre el sentido histórico de la fiesta.

Pero, al margen del significado religioso, el Carnaval tiene una significación social y psicológica, una función equilibradora que es preciso no olvidar: se tolera desde la burla política a la “acción represible”, sea cual sea su naturaleza. Con la hipocresía, además, de que los rostros se ocultan en la máscara, cuando todo el mundo sabe quién anda tras ella. A un tiempo, en los distintos espacios de su celebración se posibilita la ficción de representar, fingidamente pero con fuerza enorme, el protagonismo, social que no se tiene en la vida cotidiana; ser lo que no se es; hacer lo que, día a día, no se hace.
El Carnaval representa también en la cultura cristina el triunfo sobre el paganismo. Un triunfo relativo, pues la apoteosis del Carnaval daba paso a la Cuaresma: el “entierro de la sardina –en la capital sustituido por el choco-“solía ser por excelencia el gran día; al difunto se le llora y, si es verdad que un predicador acusa a don Carnal de todas sus fechorías, en el mismo acto público, sin solución de continuidad, las viudas corean su nombre y dan vítores entre sollozos por los días vividos.
La Cuaresma cambiaba el decorado. Los días se alargaron poco a poco, el trabajo coge nuevo ritmo (barcos y redes han de aprestarse; las viñas son podadas, comienzan nuevas labores en los campos…) y casa bien con la gravedad y el recogimiento del momento.
Hoy en el Concurso Provincial de Agrupaciones se muestran las setenta y nueve maneras de interpretar en nuestros días el Carnaval. Los referentes han cambiado, pero no tanto como para ver a lo lejos el primer sentido de la fiesta. En mi pueblo, Rociana, me lo refresca la lectura de caro Baroja y sus apuntes sobre “el vendedor de dátiles y babuchas”, el ama de cría, la señora y el caballero, el “alañador”, el zapatero, el torero y el toro.
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